jueves, 25 de agosto de 2016

Ayer

Era hermoso aquel tiempo de ilusión florecida desplegándose al viento, cuando madre encendía los candiles del alma con sus ojos de cielo.
Era hermosa la nada, la asombrosa inocencia, la alegría creciendo
sin razón aparente, campanario tañendo. La gozosa embestida de la mágica vida porque el mundo era nuestro.

Suelo verme los ojos en lo gris del espejo preguntando indefensos
qué de mí se ha quedado sin respuesta ni amparo qué de mí ya no tengo.
Pero sé sin embargo que la vida me ha dado a beber de su fuego
que sentí sus fulgores en el alma y el cuerpo
que morí en sus dolores, me entregué a sus amores ...
Y que no me arrepiento.